PLANETA NATAL DE CLORITH Y YÚRUNDÂR
EL INICIO DE SU RIVALIDAD
Antes del aterrizaje de estos dos entes en Naam, ambos convivían en otro planeta. Donde la raza de Clorith siempre fue la dominante, poseedora de civilizaciones. Mientras, Yúrundâr es lo más poderoso e inteligente de su estirpe monstruosa.
Yúrundâr ve a su especie casi con decepción, asco e impotencia. Solo entorno a un centenar de estas criaturas, súbditas del gran Yúrundâr, han evolucionado como para poder comunicarse y tener cierta capacidad de raciocinio. El resto son como simples animales que, a lo sumo, son capaces de obedecer órdenes. Y eso, por poseer un cerebro con la virtud de una mente de colmena y una capacidad que todos desearían tener: la inmortalidad.
Los más inteligentes gustaban de vivir en el mar profundo, como su señor; Yúrundâr. Y los demás, parte vivían en el mar, aunque en zonas más cercanas a la superficie. Como lo hacen las ballenas, tiburones, delfines, etc. Y el resto en zonas salvajes de su mundo como las cuevas, bosques, desiertos, pantanos, etc. Siempre en constante disputa contra la raza a la que pertenece Clorith, sus grandes enemigos, odiándose entre sí desde que se recuerda.
Mientras que, la raza de Yúrundâr es extremadamente diversa. Llegando a verse monstruos de infinidad de formas, tamaño, poder e inteligencia. Los Cloridianos, por contra, eran una raza de extraordinaria belleza y sofisticación. De cabellos blancos como la niebla y piel pálida que parecía fusionarse con la luz, sus rasgos eran alargados y elegantes. Sus ojos tenían un intenso brillo celeste, al igual que sus venas. Altos y estilizados, su apariencia etérea contrastaba con la solidez de sus estructuras arquitectónicas, dominadas por torres cristalinas y ciudades flotantes. Su sociedad estaba altamente jerarquizada, con una devoción hacia la exploración y el conocimiento.
LA GRAN INUNDACIÓN DE Yúrundâr EN SU PLANETA NATAL
Yúrundâr, cansado de la hegemonía cloridiana y deseoso de un nuevo comienzo, trazó un plan para destruir su mundo natal y llevar a su estirpe a un nuevo planeta. Con su poderosa mente, Yúrundâr se apoderó de las "Naves Arca" de los Cloridianos, diseñadas para explorar la galaxia. Aunque los Cloridianos no habían encontrado un planeta adecuado, Yúrundâr, con su avanzada capacidad mental, descubrió el planeta Naam, a una distancia ridícula, pero alcanzable gracias a la avanzada tecnología cloridiana.
Para esto, Yúrundâr y sus principales lugartenientes ejecutaron el proceso de extinción masiva del mundo donde hasta ahora habían existido.
El plan de Yúrundâr era desencadenar una serie de cataclismos tectónicos que provocarían erupciones volcánicas y tsunamis masivos, alterando el clima de forma irreversible. Este apocalipsis destruiría a los Cloridianos, permitiendo a Yúrundâr y a su estirpe tomar control de las Naves Arca y huir hacia Naam.
¿CÓMO SE LLEVA A LOS SUYOS Yúrundâr AL PLANETA NAAM?
Yúrundâr, a lo largo de los siglos, se fue apoderando de “Naves Arca”. Usadas por los cloridianos para explorar la galaxia y encontrar otro planeta que pudiera albergar su tipo de vida. Aunque aún no han tenido suerte en esta empresa.
Pero la avanzada mente de Yúrundâr estaba a otro nivel y, lo que los cloridianos no pudieron encontrar por medio de la tecnología, él sí lo pudo conseguir tras siglos proyectando su mente a las profundidades del espacio exterior.
Naam era este lugar. Quedaba ridículamente lejos aunque, otra cosa no, pero la tecnología cloridiana sí estaba a un nivel óptimo para enormes incursiones espaciales. El problema vendría en la astro-navegación y sus consecuencias.
Los cloridianos podían alcanzar velocidades absurdamente altas sin sufrir alteraciones en sus cuerpos biológicos. Sin embargo, al no conocer la vía, no podían explorar a esas velocidades sin hacer añicos sus naves contra cualquier oposición sólida o de otras índoles físicas. Por lo que si se arriesgaban, lo más probable, es que se acabara el paseíto con trágicas consecuencias.
No obstante, esto no era un inconveniente en la súper mente de Yúrundâr, que tras habitar las Naves Arca con su estirpe y, provocar la destrucción de su planeta, viajó más allá de la velocidad de la luz hasta el “primitivo” planeta naamiano.
POR SU PARTE, CLORITH, HASTA LA GRAN INUNDACIÓN PROVOCADA POR Yúrundâr, TAN SÓLO ESTABA INTERESADA EN LA EXPLORACIÓN DE SU PROPIO PLANETA PARA AMPLIAR TODOS LOS CONOCIMIENTOS QUE SU ESPECIE PUDIERA ALBERGAR PARA SU PROGRESO COMO GRAN CIVILIZACIÓN.
¿CÓMO LLEGARON CLORITH Y SU HIJO AL NOAM?
¿Y POR QUÉ DE SU ESPECIE, SÓLO ELLOS DOS PUDIERON HACERLO?
Clorith era científica, arqueóloga y, una de las portadoras de mayor energía “clorídica”, propia de su especie. Algo que heredó de su rama familiar, de gran poder en la política de su sociedad y, también de gran cantidad de esta energía; por encima de los medios. Algo que, por supuesto, también heredó su hijo, Vóreath.
Ella dedicaba su vida a descubrir el pasado, aún oculto a los suyos, en una ardua búsqueda de historias inacabadas. Sociedades antiguas que iniciaron todo, cómo eran sus rituales religiosos y qué tipos de ofrendas brindaban a sus dioses.
Pero lo que encontró el mismo día de La Gran Destrucción, fue lo que salvó su vida y la de su hijo. Una cámara enterrada, sólo los dioses saben por cuanto tiempo, y por quienes. Pero eso no era nada que se pareciera a la tecnología cloridiana, ni de ahora, ni de hacía tantos milenios como la historia cloridiana conocía.
Inscripciones en la roca, como runas, pero sin ningún sentido para Clorith. Era una cámara de piedra metalizada, negra. La humedad extrañaba a Clorith, pues excavaron en un desierto.
Además, las piedras estaban adornadas con unas enredaderas brillantes y, todas ellas iban a encontrarse en una subcúpula en el centro de la cámara, al fondo, como formando un nido metálico cubierto con una cobertura translúcida.
Clorith vio cosas que también brillaban como las enredaderas. Y su hijo descubrió un mecanismo que actuaba sin saber por qué, como si estuviera siendo manipulado por lo que se encontraba en el interior.
Entonces lo vieron. Lo que parecía un nido metálico con inscripciones rúnicas ininteligibles, al menos por ellos, tenía concordancia con lo que estaban viendo. Eran “huevos”… huevos del tamaño suficiente como para albergar cuerpos adultos. Eran de diversos colores y garabatos abstractos. Pero una cosa los caracterizaba a todos. En la parte de los dibujos, todos brillaban en un claro azul. Una luminiscencia que se reflejaba en los ojos emocionados de Clorith y su vástago. ¿Qué encontraron?
LOS HUEVOS MISTERIOSOS
Bajaron a ellos por las escaleras que rodeaban “El Nido” hasta llegar al mismo nivel donde reposaban. Tocaron la superficie. No estaban duros, como cabría esperar, sino que eran carnosos, viscosos. Cómo tocar a un gato egipcio cubierto de resina.
Comenzaron también a sentir temblores de vez en cuando. Eso no sólo alteró al equipo de arqueólogos que la trajo consigo. De algún modo, los huevos también parecían vivos, alterados. Pues las zonas de formas abstractas que brillaban, ahora iban redistribuyendo la luminiscencia de un lugar a otro, dentro de la parte luminiscente.
La Revelación
De repente, uno de los huevos se abrió, revelando una entidad que emitía una luz cegadora. Clorith y Vóreath fueron envueltos por esta luz y, en un instante, se encontraron transportados dentro de una Nave Arca, una de las pocas que lograron escapar antes de la completa destrucción del planeta. A bordo de esta nave, fueron llevados a Naam, el nuevo y extraño hogar que les esperaban.
Llegada a Naam
Naam, un planeta primitivo y salvaje, se convertiría en el nuevo campo de batalla entre Clorith, su hijo, y Yúrundâr. Mientras los Cloridianos luchaban por reconstruir su civilización y encontrar un lugar en este nuevo mundo, Yúrundâr y su estirpe se preparaban para consolidar su poder y continuar su rivalidad ancestral en este territorio desconocido.
Y así comenzó la épica rivalidad entre Clorith y Yúrundâr en el planeta Naam, un conflicto que no solo marcaría el destino de sus respectivas especies, sino que también afectaría el curso de la historia en este nuevo mundo. Los ecos de su enfrentamiento resonarían a lo largo de los siglos, dejando una huella indeleble en la historia de Naam.